jueves, 18 de diciembre de 2014

Sobre la trilogía del hobbit

Tras haber visto La Batalla de los Cinco Ejércitos, he llegado a la siguiente conclusión: la trilogía sobre El Hobbit es muy disfrutable una vez se le has perdido el miedo a Peter Jackson. Miedo al exceso, a lo forzado, a las bromas en momentos inoportunos y a cantidades ingentes de filtros y CGI.
Sobre esto último hablaba Viggo Mortensen hace unas semanas, dejando claro que no sentía mucho aprecio hacia los últimos trabajos tolkinianos de su amigo. Según el argentino, Jackson había caído víctima de la maquinaria frenética y sin alma de Hollywood, volviéndose loco con la captura de movimiento y la digitalización de todo lo digitalizable, y no le falta razón. El extraño montaje de la trilogía en su conjunto deja en evidencia lo que todos veníamos sabiendo los últimos tres años: hay material y talento (excepto, lo siento, por parte de Howard Shore, que parece que no está) para hacer una sola y gigantesca gran película de aventuras, en lugar de tres llenas de parches de videojuego, momentos clichés, escenas imposibles e innecesarios lazos para hermanarlo todo con la trilogía original. Y es que, ¿qué sentido tiene rellenar sin mesura las dos primeras entregas para quedarte corto en la última?
Pero no todo van a ser reproches. Martin Freeman ha llevado sobre sus hombros una gran carga, y lo ha hecho con elegancia, ternura y humor (no se me ocurre otro actor para el papel de Bilbo excepto, claro, Ian Holm), y lo mismo va para el resto del reparto, desde Luke Evans hasta Richard Armitage, pasando por esa suerte de Jar Jar Binks que interpreta Ryan Cage. Además, la (re)construcción de los escenarios ha sido increíblemente detallada y palpable, siendo este el mayor logro de estas nuevas películas: sentirnos de vuelta en aquella Tierra Media que cautivó al mundo hace ya más de diez años; por no hablar de la extraordinaria labor a la hora de llevar a la pantalla a un grupo de trece enanos sorprendentemente individualizados (por cierto, todos en pie para aplaudir en la última película a Billy Connolly, el Dain más brillante e inesperado).
En resumen, estamos ante una serie de películas entretenidas que aspiraban a ser muchísimo más de lo que nunca debieron. A fin de cuentas, El Hobbit no es El Señor de los Anillos.

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